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La Iglesia celebra la epifanía a los doce días de la navidad. Es la fiesta de la manifestación del poder de Dios en favor de los hombres que, como recoge un texto de la liturgia de estos días, se muestras en tres grandes acontecimientos: “la Iglesia se ha unido a su celestial esposo, porque en el Jordán Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino”.

La fiesta de Epifanía muestra el camino de los hombres hacia el Señor y la Iglesia tiene el deseo profundo de que las naciones conozcan cuanto antes a Jesús. Él acaba de nacer, aún no sabe hablar, pero todos los pueblos pueden ya encontrarlo, verlo, acogerlo y adorarlo como hicieron los Magos en los que están representados todos los hombres. La Iglesia tiene la necesidad de mostrar a todos la bondad y el amor de Dios que se hacen visibles en Cristo Jesús.

En la noche de Navidad Jesús se ha manifestado a los pastores, hombres de Israel, aunque fueran despreciados. Ellos fueron los primeros en llevar un poco de calor a aquel frío establo de Belén. Ahora llegan los Magos del lejano Oriente y también ellos ven a aquel Niño. Los pastores y los Magos, tan diferentes entre sí, tienen algo en común: el cielo. Los pastores no fueron a Belén porque fuesen buenos, sino porque saliendo de sí mismos miraron al cielo vieron a los ángeles, escucharon su voz e hicieron caso. Lo mismo ocurrió con los Magos. Tanto los unos como los otros nos sugieren que para encontrar a Jesús es necesario levantar la mirada y escrutar los signos que el Señor pone en nuestro camino.

 

En la Catedral lo celebraremos solemnemente a las doce del mediodía y la Eucaristía estará presidida por el Sr. Arzobispo.