Skip to main content

La festividad del Corpus Christi en Oviedo y sus connotaciones religiosas y civiles fue el tema elegido por la profesora Yayoi Kawamura para su conferencia del Programa de Abonados de este año.

Esta fiesta surgió para exaltar el misterio de la transubstanciación, a través del cual las especies del pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo en el momento de la consagración. Tuvo su origen en la edad media, cuando se dudaba de la presencia real de Cristo en las sagradas especies. La profesora Kawamura hizo un breve recorrido por todo el proceso hasta la declaración del dogma, por Urbano IV en 1264. Fue conocida la polémica sobre esta cuestión entre Berengario de Tours y Lanfranco de Bec, a mediados del siglo IX, y a partir de ahí también la sucesión de milagros en los que tenía un papel protagonista la Sagrada Forma. En 1230 la beata Juliana, priora de Mont-Cornillon (Lieja), tuvo una visión en la que Dios le pedía que propagase la revelación de la presencia divina en el Santísimo Sacramento. En 1264, el que había sido obispo de Lieja en el momento de esa visión divina, era el Papa Urbano IV. Este, instituyó la festividad del Corpus Christi a la vez que se produjo el Milagro de Bolsena, en Italia, cuando un sacerdote, durante la celebración de la misa, dudó de la presencia real de Cristo en la Sagrada Forma, por lo que Dios hizo brotar sangre de la Hostia en el momento de la transubstanciación. Desde la época de Juan XXII (1316-1334), se celebra esta fiesta con una gran procesión que, en los siglos del barroco, alcanzó su mayor solemnidad y se convirtió en su manifestación más conocida.

A continuación, se presentaron varias obras de arte en las que se defiende este dogma de la Iglesia Católica, comenzando por dos frescos de Rafael para las Estancias Vaticanas: uno es el “Triunfo del Santísimo Sacramento”, de 1509 y otro el “Milagro de Bolsena”, pintado en 1512, el mismo año en que Martín Lutero visitó Roma. En 1517 publicó el fraile alemán sus noventa y cinco tesis en las puertas de la iglesia de Todos los Santos de Wittenberg, entre las que negaba la presencia real de Cristo en la Sagrada Forma. El Concilio de Trento (1545-1563) defiende, por ello, con fervor el dogma de la transubstanciación y la festividad del Corpus Christi. Como muestra, la profesora Kawamura presentó dos pinturas coetáneas que reflejan estas posturas enfrentadas: El retablo de la Iglesia de Santa María de Wittenberg, pintado por Lucas Cranach el Viejo en 1547 y el Retablo de Fuente la Higuera (Valencia), hoy en el Museo del Prado, obra de Juan de Juanes. Mientras en la obra del alemán en la Última Cena no aparecen el pan y el vino como especies sagradas, en el retablo español Cristo aparece sosteniendo un cáliz y una Hostia.

En España, esta fiesta comenzó a celebrarse en el Reino de Aragón y, posteriormente, en Castilla. La dinastía de los Habsburgo fue una gran defensora de los valores de la Contrarreforma y, en una pintura de Rubens, se representó al fundador de la misma, Rodolfo I, como devoto del Santísimo Sacramento: “Acto de devoción de Rodolfo de Habsburgo” (c. 1625). También fue Rubens el encargado de hacer los cartones para tapices para el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid por iniciativa de Isabel Clara Eugenia en 1625: “Los defensores de la Eucaristía”, “La victoria de la Eucaristía sobre la Idolatría” y “El triunfo de la Iglesia”. Esta serie, en la que siempre aparece una custodia con la Sagrada Forma, representaba, entre otras cosas, una de las declaraciones del Concilio de Trento: la importancia de la celebración de la procesión del Corpus. La trascendencia de las obras de Rubens radica en que sus pinturas se difundieron por Europa en forma de grabados distribuidos masivamente.

La festividad del Corpus Christi en España.

Felipe II participaba de forma activa en esta procesión. Fue significativa la que tuvo lugar en Madrid en 1623 en la que participaron unas cuatro mil personas. En ese año se hizo énfasis en esta procesión, pues en la Corte se encontraba Carlos, príncipe de Gales, que pretendía casarse con una infanta española; la monarquía hispana quería impresionar al “hereje” para lograr su conversión, algo que no llegó a suceder.

Ya desde el siglo XV las principales ciudades españolas celebraban esta fiesta teniendo como protagonista de la procesión a una impresionante custodia en la que exponer la forma consagrada. A partir del año 1500 se inicia la costumbre de presentar la custodia en un templete. Los primeros fueron obra de Enrique de Arfe (1475-1545), orfebre alemán iniciador de la saga de plateros más conocida del arte español. Para ilustrar esto se proyectaron imágenes de las custodias de la Catedral de Toledo (Enrique de Arfe, 1514-1518); Catedral de Santiago de Compostela (Antonio de Arfe, 1539-1545); Santa María de Mediavilla de Medina de Rioseco (Antonio de Arfe, 1554), Catedral de Ávila (Juan de Arfe, 1571), Catedral de Valladolid (Juan de Arfe,1590) y la más impresionante de todas por sus dimensiones, ya que mide tres metros de altura, la de la Catedral de Sevilla (Juan de Arfe,1580-1587). También tenía una custodia procesional la Catedral de Oviedo. Hecha por Juan de Nápoles Mudarra en 1615. Fue confiscada por el Estado durante la Guerra de la Independencia (1808-1812). La encargó el obispo Francisco de la Cueva, que donó para la misma la cantidad de 1000 ducados. Al tratarse de un encargo hecho en Valladolid, es probable que estuviese inspirada en la de la catedral de esa ciudad. A partir de las descripciones conservadas sabemos que medía una vara y media (120 centímetros), tenía forma de templete y tres pisos, el central reservado para el viril en el que se exponía la Hostia; se remataba en una cruz decorada con piedras y una imagen de Cristo resucitado. Además de la procesional, la Catedral disponía de otra custodia para exposición de la Sagrada Forma en el altar los ocho días que duraba la fiesta.

Reconstrucción hipotética de la custodia de la Catedral de Oviedo

En la plaza de la Catedral se montaban dos escenarios para la representación de los autos sacramentales, que corrían a cargo de los Jesuitas, conocidos popularmente como “teatinos” por esta razón. Un escenario era del Cabildo y el otro lo costeaba el gobierno municipal.

La procesión salía de la Catedral con la custodia sobre unas andas, precedida por la cruz procesional y los cetros del Cabildo. También salían las cruces y los cetros de las parroquias, yendo en primer lugar las de las parroquias de mayor importancia de la ciudad. Durante la misa y la procesión el Santísimo Sacramento era incensado constantemente, de ahí la importancia de incensarios y navetas. Para dar mayor dignidad a la procesión se incorporaron las bandejas y fuentes de plata de los diferentes obispos y que pertenecían a la Catedral, así como un farol, también de plata, que iba al lado de la custodia. El orden en que procesionaban las dignidades, tanto eclesiásticas como civiles estaba establecido en unos estatutos conservados en la Catedral y que también incluían ciertas limitaciones, lo que generó disputas en varias ocasiones. La música tenía una importancia fundamental en el recorrido. Los maestros de capilla de la Catedral estaban obligados a componer piezas para esta festividad. Un órgano portátil acompañaba al cortejo, seguido por otros músicos y un coro.

Procesión del Corpus de Oviedo

Paralelamente a la procesión religiosa tenía lugar otra de carácter civil que marchaba más alejada de la custodia. Las cofradías ofrecían danzas solemnes de acuerdo al decoro que debía guardarse en esta solemnidad y el gremio de carniceros llevaba un toro que era lidiado esa misma tarde en la Plaza Mayor. El elemento más llamativo de este cortejo, aparte de los gigantes, era la tarasca, que apareció por primera vez en 1669 (la primera se encargó al escultor Juan García de Ascucha) y era pagada por el Ayuntamiento. La tarasca era un dragón que llevaba en la parte superior una mujer de aspecto horroroso que simbolizaba al Anticristo que sería vencido por el Santísimo Sacramento: era un autómata que movía la cabeza y la cola. A mediados del siglo XVIII se sustituyó la imagen de la mujer grotesca por la de otra, más agraciada, y vestida a la moda.  La profesora Kawamura mostró numerosas imágenes de las tarascas de Madrid para ilustrar este aspecto más lúdico de la procesión.

Reconstrucción hipotética de la tarasca de Juan García de Ascucha

Esta fiesta popular recibió un duro golpe con la llegada de la Ilustración, pues el rey Carlos III (1716-1788) prohibió, mediante una real cédula de 1765, la presencia de estos elementos populares en las procesiones del Corpus y, aunque en varias ciudades hubo una resistencia inicial, esta costumbre acabó por desaparecer. En Oviedo se acató en 1777.

La procesión del Corpus en Oviedo tuvo varios recorridos. Saliendo siempre de la Catedral, hasta 1709, pasaba las calles Rúa, Cimadevilla, y, cruzando la Puerta del Ayuntamiento, continuaba por la calle de los Pozos hasta la Universidad y seguía hasta el convento de San Francisco, lugar de parada obligatoria pues allí estaban las capillas funerarias de las familias principales de la ciudad. Tras la celebración de cantos, oraciones y un sermón, la procesión regresaba a la Catedral rodeando la cerca de la ciudad y se dirigía al templo por la calle de la Ferrería, Cuatro Cantones, calle Canóniga y, desde la Corrada del Obispo entraba en la Catedral por la puerta lateral del crucero, a falta de construirse la Puerta de la Limosna y abrirse el Tránsito de Santa Bárbara.

En 1709 el Cabildo decidió dejar de pasar por San Francisco, no sin la oposición de los frailes, excusándose en que era lo más conveniente para que enfermos e impedidos pudieran disfrutar de la procesión. Este asunto generó una gran disputa entre la Catedral y el convento, llegando a intervenir el obispo y causando la supresión de la procesión alegando diferentes motivos hasta el año 1714 en que los frailes aceptaron la nueva situación. A partir de entonces se redujo el recorrido de la procesión, que comenzó a discurrir por Cimadevilla, Plaza Mayor, calle del Sol, Ferrería, Cuatro Cantones y Corrada del Obispo. Esta ruta se modificó en 1721 y, saliendo de la Catedral, se dirigía la capilla de la Balesquida, seguía hasta los Pozos y, por la calle Jesús, se dirigía a la Plaza Mayor, Cimadevilla, Cuatro Cantones y Corrada del Obispo. En 1724 se creó una nueva ruta que se iniciaba en la calle de la Platería y discurría por Cimadevilla, Plaza Mayor, Puerta Nueva, calle del Matadero, Santo Domingo, Ferrería, Cuatro Cantones y Corrada del Obispo. A partir de 1732 se fueron alternando los recorridos de 1714, 1721 y 1724.

La semana siguiente a la procesión la custodia del obispo Alonso de Salizanes (1669-1675) permanecía sobre el altar mayor con la Sagrada Forma y, al cabo de ocho días se celebraba la Octava con una procesión alrededor de la Catedral con esta misma custodia que, al final de esta conferencia, se mostró a los asistentes.

Leave a Reply