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El 2 de Febrero se celebra la Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen María. Es la fiesta de “Las Candelas”, llamada así porque en ella se bendicen las velas con las que se hace una corta procesión en honor de Cristo luz del mundo.

Esta fiesta cierra el ciclo de Navidad y se celebra exactamente a los cuarenta días del 25 de diciembre. A mediados del siglo V se celebraba con luces y tomó el nombre y color de «la fiesta de las luces».

La luz, lo sabemos por experiencia, ilumina el mundo para que el hombre pueda ver y orientarse. Ilumina los caminos de la vida para que puedan ser recorridos. Pero toda luz terrestre es amenazada por las tinieblas y termina por ser ahogada en ellas. Ahí tenemos el atardecer. El sol sólo vence a las sombras por unas horas; incluso en esas horas no del todo. Pero ninguna luz terrena puede iluminar la tiniebla del espíritu y del corazón de los hombres. La luz que el hombre ansía en lo más íntimo, no se encuentra en este mundo. El hombre anhela el esclarecimiento de la existencia, saber interpretar su vida, la solución de todos los enigmas, la respuesta a esas preguntas que siempre queman: «¿Por qué? ¿Para qué?…»

Deseamos una existencia clarificada. La claridad podría llevarnos a vernos  libres de la angustia, sobre todo de la angustia de que hayamos perdido el sentido del vivir. Sólo la vida iluminada, pero iluminada por dentro, será verdadera vida. Sin luz que ilumine la existencia, la vida es insegura y angustiosa, en la tiniebla humana en la que estamos sumergidos. Cristo nos dice: «Yo soy la luz del mundo». Él es la verdadera y auténtica luz de la que no son más que pobres símbolos todas las luces humanas. Él es la luz, a cuyo brillo se percibe la gloria de Dios que brilla desde el principio de la creación y el sentido que el mundo tiene. Al resplandor de su luz, el mundo pasa a ser revelación de Dios y nuestra vida iluminada por este sol que es Cristo nos da la posibilidad de entendernos correctamente. Pero nos cerramos a esta revelación. Eso es el pecado que nos ha hecho perder la visión auténtica de la creación y de nosotros mismos. Desde entonces la oscuridad y la muerte se hicieron nuestras vecinas. Matando el verdadero saber sobre nosotros mismos, matamos la vida verdadera. Necesitamos un corazón sabio e inocente, que nos permita ver la luz de Su misericordia. Inundados por esta luz brotará en nosotros la verdadera que se puede resumir en esta frase que destila sabiduría: “Sé que no he de morir porque estoy sumergido en la vida”. En la vida hemos sido sumergidos el día de nuestro bautismo para que podamos tener vida eterna.

Es una celebración, la fiesta de las candelas, la fiesta de la luz, de origen oriental que hasta el siglo VII no se introdujo en la liturgia de romana. En un principio, al igual que en Oriente, se celebraba la Presentación de Jesús más que la Purificación de María.

En la Catedral tendrá lugar a las 9:15 y se comenzará en la capilla de Santa María del Rey Casto en la que, después de la bendición, se irá en procesión hasta la de Santa Bárbara donde se celebrará la Eucaristía.