«Quien va a Santiago y no al Salvador, visita al criado y no al Señor»
La peregrinación es el signo, quizás más elocuente, de lo que es la vida cristiana. Jesús peregrinó a Jerusalén porque allí, por medio de la cruz, entraría en su gloria, la que le corresponde como “Hijo único del Padre lleno de gracia y de verdad”. Esto explica que desde la antigüedad cristiana, el pueblo cristiano peregrinase a lugares santos que vendría a ser como símbolos de la Jerusalén del cielo: meta última del caminar del cristiano que sigue las huellas de Cristo para que con Él, y a través de la cruz, entre con Cristo en la gloria del Padre donde está Cristo sentado a la derecha de Dios “siempre vivo intercediendo por nosotros”.
En el occidente cristiano adquirió gran relevancia la peregrinación a Santiago de Compostela. Un camino que se inicia, partiendo de Oviedo, al sepulcro del Apóstol, y siendo el primero en recorrerlo el rey Alfonso II el Casto. En Oviedo, y partiendo de su catedral, se inició el llamado “camino primitivo”.
Poco tiempo después la catedral de Oviedo pasó a ser no solo inicio sino término de la peregrinación y esto como fruto de las insignes reliquias que se conservan en la Cámara Santa desde tiempos del mencionado Rey, siendo las más relevantes el Santo Sudario y las cruces de los Ángeles y la Victoria que con el correr del tiempo fueron, y siguen siendo, objeto de un jubileo llamado de la Santa Cruz que abarca los días comprendidos entre el 14 de septiembre y el 21 del mismo mes que es cuando se concluye “La Perdonanza” así llamado desde antaño