Fiesta del Nacimiento del Señor: 25 de diciembre
“Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne”, así se anuncia, solemnemente, el nacimiento de Jesús el día anterior a su celebración. Celebrar la Navidad es, ante todo, creer, agradecer y disfrutar de la cercanía de Dios.
Hoy a muchas personas les cuesta encontrarse con Dios. Quisieran creer de verdad en Él, pero no saben cómo. Desearían poder rezarle, pero ya no les sale nada de su interior. La Navidad puede ser precisamente la fiesta de los que se sienten lejos de Dios. Otros se han alejado de Él por pura inercia.
En el corazón de estas fiestas en que celebramos al Dios hecho hombre hay una llamada que todos, absolutamente todos, podemos escuchar: “Cuando no tengas ya a nadie que te pueda ayudar, cuando no veas ninguna salida, cuando creas que todo está perdido, confía en Dios. Él está siempre junto a ti. Él te entiende y te apoya. Él es tu salvación”. La fidelidad y la bondad de Dios están por encima de todo, incluso de toda fatalidad y todo pecado. Todo puede ser nuevo si nos abrimos confiadamente a su perdón. En ese Niño nacido en Belén, Dios nos regala un comienzo nuevo. Para Dios nadie está definitivamente perdido.
La Navidad es la caricia de Dios al hombre por medio de la mano tierna de un niño. La condición necesaria para acoger la Navidad de Jesús como don para nosotros es acoger al hermano, sobre todo al que pasa necesidad (cf. 1 Jn 4, 20). El Papa Francisco nos invita a vivir el amor fraterno, el servicio humilde y generoso, el trabajo a favor de la justicia y de la paz; nos recuerda y nos urge a vivir la misericordia hacia el pobre (cf. Evangelii gaudium, 194). Ahora acogeremos la presencia sacramental de Jesucristo, el Mesías; cantemos, sí, la gloria de Dios, pero, para que la alabanza sea auténtica, hagamos obra de paz, hagamos obra de amor. De este modo seremos sus constructores.
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