La historia de la salvación que se inicia con la creación del cielo y de la tierra y se ha de concluir con la venida de Jesús en la gloria al final de los tiempos, tiene, de igual modo, un «principio», que es el paraíso: lugar de la memoria agradecida y de la comunión.
El claustro trata de hacer referencia a aquel paraíso primero de ahí que, en el centro del mismo, habitualmente, se encuentre un jardín y una fuente que lo alegra y que está compuesta por cuatro caños que vierten las aguas para tratar de recordar los cuatro ríos que regaban el Edén.
Dependencias del claustro son la Sala Capitular y el Archivo. La Sala Capitular es el lugar de la reunión, donde se trata de llegar a la comunión de tener «un mismo sentir» para llegar a un «mismo obrar» que es el ideal evangélico de la caridad.
En esta dependencia, se guarda lo que queda de la antigua sillería gótica de la Catedral.
Al claustro de la Catedral abre su puerta el Archivo que es el lugar donde se guarda la «memoria» de la Iglesia. Ésta comienza por el dato primero de la fe: la creación, se continua por la redención y se concluye por la instauración, al final de los tiempos, del Reino de Dios, para el que vive la Iglesia y que es lo que da sentido a todo lo que escribe y guarda.
La puerta barroca del mismo es obra de José Bernardo de la Meana y en sus estanterías y anaqueles se conservan importantes códices entre los que destacan el testamento del Alfonso II el Casto y el Liber Testamentorum.
Tiene salida al exterior por medio de la llamada «Puerta de la limosna». En ella, periódicamente, el Cabildo ejercía la caridad con los pobres de la ciudad.