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CEMENTERIO DE PEREGRINOS

Con entrada desde el claustro y vinculado al espacio funerario de la cripta de Santa Leocadia, hay un pequeño jardín conocido como el “cementerio de peregrinos”. Es un pequeño terreno que, a principios de la Edad Media, pertenecía al monasterio de San Vicente, pero con la ampliación de la catedral en el periodo gótico y la posterior construcción de la girola, pasó a formar parte de las dependencias de la Sancta Ovetensis.

En el siglo X el uso funerario se reservaba al pequeño espacio porticado, adosado al norte de la cripta y reservado a los obispos de la diócesis, cuyos restos pueden observarse hoy en día. Sin embargo, este jardín nunca fue un cementerio de peregrinos como tal, a pesar de que ya desde el siglo XV la Catedral estaba obligada a dar enterramiento digno a los peregrinos que fallecían en la ciudad. Esas inhumaciones tenían lugar en el vecino Hospital de San Juan y también en el resto de hospitales de la ciudad. En 1588, los Estatutos del obispo Diego Aponte de Quiñones (1585-1598) hacían de nuevo hincapié en esta cuestión y para ello en la Catedral se construyó una capilla aneja a este jardín cuyo acceso se realizaba por la Calle de San Vicente. A esta capilla se entraba a través de un portón que daba paso a un distribuidor desde el que se accedía al “cementerio de peregrinos” hacia la izquierda y a la capilla, propiamente dicha, a la derecha. En el interior de esa capilla se realizaban las inhumaciones, en un suelo de tierra dispuesto a tal efecto. Esta capilla, muy deteriorada a principios del siglo XX, fue derribada en los años 30.

En el cementerio de peregrinos está el olivo centenario que, según la tradición, fue traído desde Tierra Santa por un peregrino.